Volar: miedo, placer, fobia… SUSANA ISOLETTA
Hace muchos años leí un maravilloso libro que hablaba del miedo a volar. La pasajera en cuestión se aferraba a la butaca del avión como si la estabilidad del aparato dependiera de la quietud de su musculatura.
Esa rigidez forzada e intensa provocaba en ella un acartonamiento del cuerpo que sólo desaparecía horas después de haber abandonado la nave. Muchas de esas sensaciones son compartidas por los lectores para quienes ese síntoma funciona como una limitación y en muchos casos un obstáculo insalvable para acceder a un avión.
A partir del tremendo atentado de las Torres Gemelas a la fobia propiamente dicha se agrega a un peligro real: el riesgo de un atentado terrorista. Es de suponer que el intento fallido en Detroit incremente nuevamente el miedo. Por una parte se ha hecho evidente la dificultad que entraña pretender controlar a miles de sujetos sospechosos de terrorismo a nivel mundial. A las medidas de seguridad más estrictas en los aeropuertos, se opone la capacidad operativa de los terroristas.
Desde un punto de vista psicológico esta situación de inseguridad pone en jaque los mecanismos defensivos de aquellos sujetos que, sin ninguna situación exterior que aparentemente lo justifique, sienten miedo a volar, es decir, fobia.
Ajeno a todo, con una inmensa sensación de indefensión allí en las alturas, la persona temerosa se aferra a la mano del compañero de viaje, acude al lavabo de forma compulsiva o pide bebidas o cualquier chuchería a las azafatas en un intento de distraer su mente de los pensamientos más tremendos. Se agudizan sus sentidos, particularmente el oído: el menor ruido puede considerarse ajeno a la normalidad del vuelo y por lo tanto, señal inequívoca de catástrofe inminente. Ni qué decir de los vaivenes producidos por las turbulencias y las tormentas en plena travesía.
Para las personas que no padecemos fobia en los últimos años los viajes en avión han dejado de ser un placer para convertirse en una aventura complicada en muchos sentidos, una venta en al aire de diversos productos. La cosa ha perdido romanticismo y encanto .Por empezar, las compañías de Low Cost (o vuelos baratos). Todo tan barato que finalmente no cabemos en los asientos y te cobran por casi todo. Siguiendo por los azafatos que no son lo que eran, no destilan simpatía y buen hacer. Se limitan a vender a más y mejor hasta extremos insospechados y a mirarte con mala cara si pretendes que coloquen tu pesada carga de mano en el maletero superior. Pero sobre todo nos molesta que nada de nada sea gratuito si no vuelas en clase preferente.
Baste como ejemplo una anécdota que viví en un vuelo de Tenerife a Barcelona. Tres horas o más de viaje dan para mucho sobre todo si una azafata en su afán vendedor se dedica a fomentar el alcoholismo de un pasajero. Como era de esperar la cosa acabó con la intervención de la Guardia Civil en tierra porque el señor, visiblemente mareado, se dedicó a fumar en el lavabo. Esto no es lo habitual, ni mucho menos, la inmensa mayoría del personal de vuelo es muy amable y responsable, pero esto ha ocurrido hace algunos meses y doy fe de ello.
Un peligroso factor posiblemente contribuirá a fomentar el miedo a volar, (que no la fobia) y es un elemento muy real y tangible: el temor a ser estafado, y no es para menos. Han transcurrido tres años y aún no se ha resuelto el tema de Air Madrid (perdió su permiso de vuelo justamente en Navidades). Las personas que deseaban ser pasajeros y para eso abonaron su billete se quedaron en tierra. Y no eran unas vacaciones cualesquiera, muchos de ellos son inmigrantes que deseaban visitar a sus familias en Sudamérica.
Las compañías saben que en las fiestas navideñas los viajes a estos países son muy frecuentes, o casi obligados. Y con el verano reinante en el sur del planeta, se trata de un re-encuentro familiar y vacaciones. Entonces aprovechan la enorme recaudación de esta temporada alta para cobrar y quebrar. Inmisericorde. Avaricia y maldad todo en uno.
Muchos pasajeros entre los que me cuento deseamos recuperar la confianza en las compañías aéreas, y ¿por qué no? en la bondad y buen hacer de sus gestores y la eficacia de los funcionarios que deben controlarlos.