En primer lugar agradezco a los antropólogos Mabel Gracia y Jose Maria Comelles su  generosidad al permitirme participar en sus trabajos de investigación que se desarrollan en la Universidad Rovira i Virgili. Este libro es producto de la colaboración del equipo de antropólogos y mi propia aportación.

La convergencia de las miradas de la antropología y el psicoanálisis es ya histórica desde los trabajos de Freud y en el caso que nos ocupa, la anorexia, la bulimia o los frecuentemente se denominan Trastornos de la Conducta Alimentaria, ha resultado ser muy rica y productiva.

 Menciono expresamente la palabra rica para entrar en el campo que hoy nos atañe: las vicisitudes de lo oral, ya que rico también se le llama a los manjares. La gracia y desgracia del comer, con todo lo que ello implica.

 En los años 60 Marcuse definió nuestra civilización como carnívora refiriéndose a la sociedad occidental industrializada que nos impele a consumir sin límites. Casi medio siglo después podemos decir que nuestro entorno social se ha perfeccionado y desarrollado en su voracidad, y una manifestación de ella se refleja en la prevalencia de la anorexia y la bulimia.

 Nuestro cuerpo como una representación de la propia identidad adquiere una nueva dimensión en el registro imaginario. El cuerpo se convierte en una suerte de buque insignia de la identidad del sujeto, un cuerpo que se me antoja transparente, vaciado de las metáforas con las que la literatura romántica lo adornara.

 Los ojos ya no son de rubí, ni la piel femenina representa la tersura de un pétalo de flor. El cuerpo del que habla y hace referencia el discurso actual es un instrumento de la medicina y la fisiología por una lado, y objeto también de múltiples mandatos que hacen a una alimentación medicalizada . En el imaginario social una especie de vaciado que debe reunir unas medidas y proporciones adecuadas para poder ser considerado un objeto valioso y deseable.

 Este cuerpo-identidad ideal no es el que se pasea por las pasarelas, podemos decir que ese cuerpo, que no envejece y sobre todo, no trasmite ninguna emoción, es más objeto y reino de la cirugía plástica que del ser humano que lo habita. Ese cuerpo ideal parece más bien una máscara de la muerte.

 Desde otra perspectiva podemos afirmar que a lo largo de la historia las enfermedades psíquicas han revelado el malestar del sujeto en su cultura. La enfermedad es una forma de poner nombre al dolor, al sufrimiento, al desasosiego del vivir, a la queja cotidiana.

Luego de las grandes guerras los combatientes sufrían neurosis traumáticas, en una sociedad voraz las mujeres no comemos, comemos mucho, vomitamos o comemos mal. Y no nos gustamos a nosotras mismas y nuestros cuerpos muestran el otro lado de la moneda, el lado monstruoso de las cicatrices de ese cuerpo ideal e imposible. La anorexia y la bulimia pueden formar parte también de ese mandato social. Madres y padres acuden a la consulta con la lección aprendida: mi hija tiene esto, lo he leído.

Los pacientes se buscan en internet (y se encuentran) y reproducen sus síntomas. Y esta joven que antes se llamaba María ahora se dice a sí misma que es una anoréxica. Las consecuencias perjudiciales de esta identificación pueden significar representar la enfermedad, escenificando sus síntomas. En los relatos de las pacientes que encontrarán los lectores no aparece en absoluto el cliché que los medios de comunicación y cierto discurso médico ha difundido sobre la anorexia y la bulimia. Los síntomas obsesivos, histéricos o cuadros francamente psicóticos revelan que el trastorno alimentario constituye una manifestación sintomática más del malestar pero que de ninguna forma puede ser considerado un cuadro en sí mismo.

Afortunadamente los seres humanos somos más ricos y complejos que los estereotipos de nuestro tiempo. Clichés simplificadores que, en un lenguaje sencillo y políticamente correcto, pretenden ofrecernos como modelos identificatorios, como espejos donde buscarnos.

Esto es lo que pretendemos reflejar en nuestro texto. Y eso es lo que muestran las pacientes en sus relatos, en sus crónicas de vida.