Publicado en la Revista Ansina

Los personajes del carnaval representan la rebeldía e imaginación popular que no puede ser limitada por lo oficial. Dan vida a la historia del Carnaval y añoran (tal vez sin saberlo), los tiempos de la prohibición. Situar a estos personajes en algún colectivo carnavalesco, dentro de la programación institucionalizada, es impensable.

Desde su máscara, todos y cada uno de ellos constituyen la manifestación más pura del embrujo individual de la mascarada en la transformación de la propia identidad. La máscara emerge como una reivindicación del goce; el disfraz aparece como una necesidad profunda individual, pero es al tiempo una misión que deben cumplir: una evocación histórica; un homenaje a la memoria de su pueblo y a la memoria de su propia historia,

Espontáneamente han ido creando una suerte de ritos: el anonimato de Miss Peggy, el silencio de Harpo; y objetos ceremoniales: la palmatoria del Señor de la Noche, el sombrero de JR, la cesta con flores de  La Lecheerita, el bastón y el bombín de Charlot, las pistolas del Sheriff, el puro de Fidel Castro, las gafas de Doña Croqueta, la boina de Don Ciruelo.

Año tras año, concienzudamente, sus gestos se reiteran: la confección del disfraz, la adopción del personaje, los recorridos por los diferentes días del carnaval. La máscara revive retazos de la infancia, recuerdos de amigos y familiares. El personaje que representan se ha articulado como una metáfora de la propia identidad. Funciona como una negación de la personalidad real de los sujetos..

Campesino, boxeador, ceramista, maquinista naval, vendedor ambulante, cobrador de guaguas, marinero, emigrante, grabador…oficios y procedencias que revelan el origen popular.Por una operación casi mágica los ropajes del carnaval provocan un efecto de desaparición de la identidad personal y el rol social que ocupan. Algo del orden de lo extrordinario emerge, una síntesis de la fantasía que parece  adquirir vida propia.

La máscara en sí surge como un ser independiente en diálogo constante y renovado con el ser real. Esta dialéctica va enriqueciendo el personajes transformando al sujeto mediante un juego de espejos, gestos, miradas y los efectos que provocan en el público.

Esos pocos días de algarabía despiertan las fantasías vitales todo el año, ya que manifiestan los deseos más profundos de los enmascarados. La fiesta, el sueño del disfraz, ha ocupado un lugar tan preponderante en sus vidas que no se imaginan a sí mismos sin el personaje, sin ese “otro” al que dan vida. En esta paradoja la ficción se transforma en el componente más real de sus vidas. La identificación al personaje es casi absoluta, se ha integrado como parte de su yo. La profunda realidad vivencial de la máscara festiva ha triunfado y triunfa cada año sobre lo banal y fatuo de la vida.