Son las sociedades que disfrutan de los privilegios de la abundancia las que ven crecer, día a día como una amenazante epidemia la anorexia y la bulimia. Las razones más frecuentes que se invocan para justificar este síntoma social se basan en cuestiones vagamente superficiales: el milenario sueño de la juventud eterna, el modelo estético de la mujer delgada, las tallas pequeñas de prendas femeninas y la difusión casi obsesiva de las dietas de adelgazamiento.

Los medios de comunicación se han hecho eco de este problema abordándolo al estilo de los “reality show”, aportando su cuota de sensacionalismo y actuando a menudo como verdaderos propagadores del problema. Al mismo tiempo, los libros autobiográficos de pacientes ex anoréxicas y ex bulímicas proliferan en un intento de ejemplificador para superar la enfermedad; la anorexia se torna entonces en un síntoma casi prestigioso.

Los múltiples estudios médicos, las dificultades en el curso del tratamiento, la frecuencia de la enfermedad, nos muestran que la anorexia se ha convertido en un desafío para la medicina y la psiquiatría, como lo fuera la histeria a finales del siglo XIX.

Los llamados “trastornos alimentarios” obedecen a causas que exceden la cuestión del “comer”: la desaparición del papel simbólico de la comida compartida, la carencia de ritos sociales consensuados que hagan posible el paso exitoso de la juventud a la adultez y el hecho, casi perverso, que ha convertido a la anorexia y la bulimia en “enfermedades de moda”.

Extraído de: L’anorèxia com a símptoma social (Susana Isoletta, 2003).

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